Caminata al Valle Francés

Vista del Valle Francés desde el Lago Pehoé. | Foto: @MaletaInfinita


La caminata por el Valle del Francés es quizá la más asequible y agradecida del Parque Nacional de las Torres del Paine. Y una de las menos exigentes. Se interna entre el Paine Grande y los Cuernos y en pocas horas muestra lagos, bosques, glaciares y picos grandiosos están casi al alcance de la mano.

Comenzamos la ruta a las 9.00 con una navegación de media hora por el Lago Pehoé, en un agua de un increíble azul turquesa. El viento sopla con mucha fuerza y eriza superficialmente el lago. A ratos, el catamarán, bautizado como Hielos Patagónicos, brinca con cuidado sobre las ondas de agua.

Desde la cubierta superior vemos cómo rodeamos una península y en seguida surge a la derecha la
montaña con su cumbre nevada, sus picos y el azul del glaciar colgante. El sol ilumina el conjunto. A pesar de estar a punto de comenzar el verano (primera semana de diciembre) uno duda por momentos si lleva suficiente ropa de abrigo. Es difícil mantener el equilibrio con el vendaval, así que nos guarecemos en el interior del catamarán, donde muchos mochileros llevan equipo y provisiones suficientes en grandes macutos para afrontar varias etapas del circuito W. Nosotros vamos ligeros: sólo nos asomaremos al mirador del Francés en una caminata de unas seis horas en total.

La ruta comienza en el cámping de la bahía de Pehoé, bien resguardada en la falda de la montaña. Allí, un puñado de tiendas de campaña naranjas y amarillas con forma de iglú crecen como las setas sobre la hierba. Parece que el viento pierde fuerza, y emprendemos la caminata con sol y una temperatura agradable.

La primera parte del paseo se invierte en rodear el Lago Skottsberg, de un azul marino que contrasta con el brillo del Pehoé, al que aún no hemos perdido de vista, allá al fondo. Está todo rodeado por un bosque fantasma de lengas calcinadas en un incendio en 2011, en el que los troncos y las ramas completamente blancas, espectrales, chirrian al ser agitados por el viento. A su alrededor ya crecen arbustos de calafate y flores. En esta zona, la montaña tiene un verdor inusitado, la primavera se impone a la devastación del fuego y da un respiro hasta que el bosque pueda volver a abrirse paso. El terreno serpentea junto al agua; sube y baja, pero nunca es exigente.

El Lago Skottsberg,rodeado de lengas calcinadas. | Foto: @MaletaInfinita


Cruzamos un puente colgante con una inquietante inscripción en inglés: "Sólo una persona en el puente a la vez" antes de llegar al bosque, donde hacemos un alto en el campamento italiano, un cámping público. Aquí tomamos en la bifurcación la ruta hacia el Mirador británico, en el valle entre el Paine Grande y los Cuernos, y es en este lugar donde comienza el ascenso, primero entre árboles, después ya a descubierto, con la morrena y el glaciar a nuestra izquierda, mucho más espectaculares en la proximidad.

Puente colgante de acceso al campamento italiano. | Foto: @MaletaInfinita


La pendiente se va haciendo exigente por momentos, atraviesa arroyos que proceden directamente del deshielo de unos metros por encima de nuestras cabezas, subimos por rocas de gran tamaño y caminamos sobre los pedruscos que dejó el glaciar hace quién sabe cuánto tiempo. Uno de los mayores alicientes de este paseo es la generosidad con que entrega desde el primer momento vistas espectaculares. Incluso para quienes tienen ciertos problemas de movilidad,  sólo con hacer la mitad del camino ya se aseguran una panorámica espectacular. En total, son tres horas de caminata desde el puerto del catamarán hasta el Mirador Francés, una pequeña plataforma con rocas planas convertidas en un punto panorámico de primer orden. El abrumador Paine Grande, con sus glaciares, montañas de nieve en sus cumbres, picos rocosos y piedra negra. A continuación, la cadena montañosa, seguida de los imponentes Cuernos del Paine. Para finalizar en la desembocadura del valle, allá abajo, y en el Lago Pehoé, visible por completo desde este punto. Ésta es la visión de 360º que ofrece el mirador, y nos dedicamos a girar con la mirada perdida en lo que nos rodea como si estuviéramos en un anuncio de televisores con ultradefinición, sintiendo que las montañas están al alcance de la mano, o creyéndolo al menos, convenciéndonos de que los blancos son los más puros que jamás hemos visto y que esos azules no se pueden comparar a nada más. Allí, no es que uno piense que el esfuerzo ha merecido la pena, sino que se pregunta si es merecedor de un espectáculo tan grandioso a cambio de tan poco esfuerzo.

La sombra de una nube se desliza sobre el manto de nieve de uno de los picos. Estalla el silencio con el ruido seco que procede de la montaña. Es una de las sucesivas avalanchas que trae la primavera. Es un buen lugar para comer un bocadillo, reponer fuerzas con un plátano y frutos secos y comenzar la bajada. El catamarán de regreso parte a las cinco en punto de la tarde.




Cerca del mirador británico. | Foto: @MaletaInfinita

Foto: @MaletaInfinita

Regreso al Lago Pehoé.| Foto: @MaletaInfinita

El Lago Skottsberg y al fondo los cuernos del Paine. | Foto: @MaletaInfinita

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