Samarcanda, azul y blanco

Supongo que hay muchas formas de llegar a Samarcanda. La nuestra fue a través de una imagen. Una fotografía de una explanada inmensa cerrada en tres de sus lados por puertas gigantescas decoradas con azulejos. Y cúpulas azules, unas con nervaduras, otras completamente lisas, como recién pulidas. Esa visión correspondía con una plaza, la plaza de Samarcanda, el Registán. Y allá fuimos.

La ciudad perdió hace años cualquier rasgo de personalidad que seguro la distinguía y ahora es una especie de Córdoba soviética, con inmensas avenidas, esculturas colosales en las que se ha reemplazado a Lenin por Tamerlán, el  rey uzbeko, pero en la que es imposible no sentirse algo desamparado.

La salvan sus monumentos, esas tres madrasas y mezquitas que un día vimos en una foto y que nos empujaron a visitarla. Y ese paseo peatonal que une el Registán con el bazar y la mezquita de Bibi Khanum, imperial y decadente.

En esta ciudad, como en casi todos los rincones del país, los pocos recursos se concentran mucho. Y se centran en lo visible, en lo visitable. Y los lugares santos para los musulmanes, que a la vez atraen al turismo, se llevan la mayor parte del triste pastel. Bibi Khanum, sin embargo, no ha tenido aún la restauración completa que necesita y se merece y una de sus cúpulas amenaza con el derrumbe.

El mercado tiene un orden cartesiano en sus puestos, en la colocación del género... pero sus dependientes se venden y regatean como si estuvieran en un bazar persa. Trato de mascar un dulce de apariencia engatusadora y correoso como él solo. Parece que es melón deshidratado y frutos secos.

Uno de esos dulces dura lo suficiente como para completar el paseo hasta la mezquita de  Hazrat Hizr, tal vez la más antigua de la ciudad, desde la que se ve a lo lejos la nueva Samarcanda y se intuye a la espalda la antigua, la urbe primigenia que quedó completamente  arrasada por las guerras. Ahora, la entrada a esa enorme extensión de tierra es un cementerio.

La necrópolis de Sahi Zinda es de pago, pero desde el acceso más próximo a la mezquita no hay taquilla, así que... El paseo desde aquí es un túnel en el tiempo. Las lápidas más modernas, casi todas negras, tienen grabados de los difuntos, muchos con sus condecoraciones de la II Guerra Mundial. Según se avanza van apareciendo mausoleos de los siglos XVIII, XV... Vuelve la decoración islámica uzbeka, con sus azulejos de azul profundo y el mocárabe en las puertas, pero en construcciones apiñadas.

Nieva en Samarcanda. Nieva con fuerza. Es una nevada de otoño aunque parezca el invierno siberiano. Y la nieve blanquea las cúpulas azules, y los copos se estrellan en la cara y te hacen cerrar los ojos. Grandes pegotes de nieve se desprenden de las cúpulas y caen al suelo desde más de 20 metros de altura.

Hay muchas pequeñas historias que recordar de Samarcanda.

Aprovechamos la nieve decorativa recién llegados sin saber lo que nos esperaba-

Ahí estaba la plaza del Registán. 
Cúpulas nervadas que se enroscan entre puertas y columnas.

Las antiguas madrasas son un bazar con pequeñas tiendas a las que se accede por puertas diminutas.


El paseo de Tashkent, entre el Registán y el bazar, bajo una fuerte nevada.

La nieve se desprendía de las cúpulas en silencio.

En la necrópolis de Sahi Zinda.
En los mercados ofrecen con orden soviético dulces árabes.

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