Zorros, castores y burros en Ushuaia

Decía un anuncio de una bebida isotónica (bueno, de Acuarius, a ver si se deciden a patrocinarme) que el ser humano es maravilloso. A veces, lo he comprobado, es cierto. Y muchas otras he visto que el ser humano puede llegar a ser maravillosamente... estúpido.
En Ushuaia me contaron una historia que demuestra cómo somos capaces de cometer errores de forma consecutiva para tratar de meter debajo de la alfombra nuestra propia ineptitud.

Ushuaia a comienzos del siglo XX era una tierra muy hostil. A poco más de 1.000 kilómetros del Polo Sur, las condiciones de vida son muy duras. En aquella época apenas había 2.000 habitantes, incluidos los presos de la cárcel que se instaló en esa parte perdida del mundo para suministrar mano de obra barata a la tala de árboles.

Como la actividad maderera (y la carcelaria) tenían los días contados, las autoridades decidieron apostar por otro tipo de industrias. Se fijaron en las posibilidades de la peletería y para ello introdujeron varias parejas de castores canadienses. Unos animales que se reproducen rápido en entornos fríos y con cuya piel pensaban forrarse, literalmente. Estos roedores cumplieron pronto su parte del trato, pero quizá demasiado bien: sin osos ni lobos que los acosaran, como en Norteamérica, las 25 parejas que comenzaron la población en los alrededores del lago Fagnano pronto se multiplicaron de forma exponencial. La gran cantidad de castores  provocó estragos en los cursos fluviales y en los árboles. Además, Ushuaia tiene un clima frío, pero no tanto como las montañas de Canadá o las tierras de Alaska, donde fueron introducidos con éxito. ¿Qué ocurrió? Que los castores cada vez tenían menos pelo y su cotizadísima piel dejó de tener interés comercial.

¿Cómo podrían acabar con esta plaga? Se optó por pagar a tramperos y cazadores, pero apenas les compensaba la pieza: hay que salir de caza de noche, en los cursos de los ríos y arroyos y con un tiempo gélido. Y ahí se encendió otra bombilla, esta vez más brillante aún: introducir un depredador natural como el zorro gris.

En Ushuaia el zorro rojo era autóctono: de pequeño tamaño, vivía de la caza de pequeños roedores, pajarillos, etcétera. El zorro gris, por contra, más grande y poderoso, parecía el enemigo ideal para los castores. Pero los zorros grises además de depredadores, no tienen un pelo gris de tontos: los castores son una pieza codiciada, pero nada fácil de cazar. Enfrentarse a ellos era un problema. Por contra, era muy sencillo invadir el hábitat del pequeño zorro rojo y robarle sus presas.

Así, la genial idea se convirtió en un triple problema ecológico: sobrepoblación de castores, daños en la flora autóctona y casi desaparición del autóctono e infeliz zorro rojo.

Con los años, los daños se han ido mitigando, pero no se han solucionado. El zorro rojo sobrevive, pero cada vez menos adaptado a la vida salvaje y más a las golosinas que le echan los turistas. Ellos mismos se acercan a mendigar, por lo que lo más recomendable es no dejar ningún resto por el bosque para intentar que vuelvan a buscarse las presas y sean de nuevo los zorros rojos que nunca debieron dejar de ser.

La estampa es simpática, pero es una lástima que el turismo haya domesticado a los zorros rojos de Ushuaia.


Un zorro rojo en el Lago Magnano, Ushuaia
Una siesta después de comer junto al lago Fagnano.

Castorera en Ushuaia
Con esta precisión trabajan los castores.

Llegada al lago Fagnano.

Comentarios

  1. Los zorros no son autóctonos, de hecho el gris es mas pequeño

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    1. El rojo si es autoctono, esta desde hace mucho en la isla y es una subespecie del zorro andino que se separo del patagonico, el gris no es autoctono, esta en toda la patagonia menos es Tierra del Fuego, hasta que lo introfudujeron a la isla hace no mucho.

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