Siempre Hanoi

Hanoi es sucia, ruidosa, muy contaminada. Su tráfico, infernal. Las motillos pasan continuamente rozándote camines por donde camines. Da igual que estés en el aparente refugio de la acera o que te confíes porque es una calle de un solo sentido. Siempre surgirá de la nada una motocicleta tocando el claxon de forma impertinente. Sí, todo eso es Hanoi, la capital de Vietnam.  E incluso algo más que me dejo en el tintero. Y sin embargo...

Es imposible no volver la vista atrás y recordarla con nostalgia, con deseo de volver a sus calles. De regresar a una ciudad única en muchos sentidos. A un lugar donde exhiben la momia de Ho Chi Minh y alrededor la gente hace footing o tai chi de madrugada. Antes de salir el sol, los vendedores callejeros acuden al mercado de las flores para hacerse con el género. Ramos, centros de mesa y coronas barrocamente decoradas en una explanada inmensa y donde la humedad es altísima. Un poco después, ya amanecido, los vietnamitas se sientan acuclillados sobre taburetes minúsculos para desayunar en la calle el imprescindible pho, la sopa nacional para la que siempre es un buen momento. Y mientras apuran el pho del cuenco con los palillos aprovechan para vender chanclas, o cacerolas, o ridículos cascos quitamultas para la moto, con su abertura para la coleta incluida.

Todo el centro histórico de Hanoi es un gran mercado. Las calles estaban antiguamente distribuidas por especialidades artesanas,pero la globalización y el vecino chino hacen que ahora todo se mezcle; las baratijas y falsificaciones (buenas imitaciones, las llaman) en cada rincón lo copan casi todo.
Como contrapunto del bullicio insoportable a sólo unos metros del mercado, la plaza del estanque, el lago Hoan Kiem, el mayor, quizá el único, remanso de paz en Hanoi. El templo de la Literatura es otro lugar apacible, con sus tejados inclinados y donde es frecuente cruzarse con estudiantes engalanados que acuden allí a hacerse la foto de su graduación.

Intentar seguir un itinerario basado en los nombres de las calles no es sencillo. Aunque los caracteres son occidentales (legado portugués, como los franceses dejaron las baguettes y los checos la cerveza), apenas una vocal o una consonante distingue una calle de otra. Así, en el mercado tenemos las calles de Hang Da, Hang Dao, Hang Dau, Hang Dieu, Hang Dong y Hang Duong, por ejemplo, que corresponden a los oficios tradicionales en las mismas (cuero, tintado de sedas, judías, pipas, cobre, azúcar).

Casi tan sencillo como encontrar una moto en Hanoi es dar con un restaurante en el que probar la fantástica cocina vietnamita. Mejor que en los alrededores del lago, en las callejuelas del mercado. Ofrecen mucha verdura al wok, pollo troceado, pescado de río a la plancha, mil variedades de arroz... y siempre los nem, los rollitos vietnamitas.

Uno de los pocos refugios de tranquilidad en la capital de Vietnam.

Pagoda de un solo pilar. 

Sin miedo al tráfico, mirando al tendido.

El mercadeo callejero se monta en cualquier parte, incluso en medio de la calle.

Un vendedor de nom, los típicos gorros vietnamitas. Aún se usan mucho en las zonas rurales. Prácticos para la lluvia.

Adivina qué cable es el de tu línea telefónica.

El mercado de las flores, antes de amanecer.

Vestuario cómodo para ir a hacer la compra. Otras optan por pijamas coloridos.

Puesto de especias en las calles de Hanoi.






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