Caminando por el cielo

Unos jóvenes juegan sin miedo en Palmyra (Siria).

Atardecer en Palmira. Antes de la guerra en Siria, antes de que las bombas destrozasen el patrimonio y los saqueadores se encargaran de rematar la faena.

En aquellos atardeceres, los adolescentes paseaban entre las ruinas romanas para ver a las turistas occidentales en vaqueros, sin las camisolas kilométricas que tapan las formas de sus amigas. Después, cuando la luz caía y los turistas se marchaban, unos pocos jugaban con el riesgo. No sé cómo lograban subir hasta lo alto de la puerta de acceso a la ciudad, pero ahí estaban. Otros, desde abajo, seguían sus pasos, atentos pero sin tensión. Como cualquier ritual de iniciación que se imponen cada día cientos de miles de adolescentes en cualquier lugar del mundo. Da igual que se llame puenting o viajar agarrado a un tren a toda velocidad. El riesgo y la belleza están ahí. El riesgo de jugarse la vida, qué ironía, en un país en el que ahora hay que luchar cada día por conservarla. Y la belleza de lo prohibido, claro.

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