Fieles de Ramdev: en uno de los templos más auténticos del Rajastán

Por la carretera que une Jodhpur con Jaisalmer, la perla del desierto del Rajastán, si uno se fija en el arcén comienza a ver sandalias tiradas. Y zapatos viejos. Un reguero de restos de calzado abandonado que va creciendo según avanza el coche hasta convertirse en montoneras. Una imagen insólita que anticipa que nos acercamos al templo de Ramdev, un santón del siglo XV venerado por hindúes y musulmanes.

La Lonley Planet dice que la aldea de Ramdevra es un lugar desolado por la arena del desierto y que no es “el lugar más salubre que visitar”. Cerca está el templo, que aunque arquitectónicamente no es ninguna maravilla (levantado en 1931), las masas de devotos que lo visitan cada día lo convierten en un espectáculo diario.

Pocos turistas visitan Ramdevra. Nosotros no nos cruzamos con ninguno en la hora larga que estuvimos en él. Después de pasar los numerosos puestos de venta de baratijas, comida, especias e inciensos, hay que franquear la entrada principal. Antes es conveniente agenciarse un muchacho al que confiar el calzado a cambio de unas rupias.  También llevar calcetines gruesos y no mirar las sucesivas capas de suciedad que vamos pisando por el camino.

La entrada, una jaula

La entrada principal enjaula literalmente a los fieles que cada día peregrinan durante kilómetros (de ahí las montañas de zapatos a los lados de la carretera) para rezar a Ramdev. Si no queremos presentar nuestros respetos al santo no es necesario guardar esa cola claustrofóbica, sino que se puede rodear.

Todo el templo está trufado de pequeños altares y ceremonias religiosas. Caballitos rituales que representan al corcel que montaba, según la leyenda, Ramdev en vida. Cada altar está alfombrado de billetes desgastados de rupias y el incienso apenas maquilla el hedor. Afortunadamente, buena parte del templo está a cielo abierto, con pequeños cuartos a los lados.

 El colorido de los sharis de las mujeres y de sus pañuelos es espectacular y  se va sucediendo en cada pasillo. En el suelo hay líquidos de origen incierto, pequeñas piedras que caen de los tejados y excrementos de palomas. Todos los animales son bienvenidos en este país.

Detrás del altar principal de Ramdev vemos una escena muy curiosa. Los devotos guardan cola para pasar por una rueda clavada en el suelo. Dicen que trae suerte. Lo hacen de uno en uno. A los bebés se los pasan de mano en mano. Los niños gatean y los ancianos se doblan lo indecible para conseguir uno de los últimos soplos de fortuna que ansían en esta vida. Allí nos pintamos la tika en la frente y los fieles sonríen cuando lo hacemos.

A la espalda del templo hay un lago de pequeño tamaño y aguas muy turbias, donde unos cuantos hombres se lavan de forma ritual. Tiene un pequeño embarcadero y barcas de un tamaño exagerado en proporción con las aguas que pueden surcar. Nos animan a darnos un paseo en ellas, pero desistimos. Unos hombres echan comida a los peces, sobrealimentados como en casi todas las zonas del Rajastán que visitamos.


Al parecer, en agosto o septiembre  se celebra el festival de Ramdevra, que une a hindúes y musulmanes en actos muy floridos, con bailarinas con cántaros en la cabeza. Debe de ser tan espectacular como agobiante. Una visita cualquier día del año ya lo es.

Puestos de comida callejeros a la entrada del templo.

Uno de los múltiples altares que ocupan todo el templo, rodeado de fieles.
Un curioso ritual: hay que pasar bajo el arco para atraer a la suerte.
Un descanso para comer.
El lago, a la espalda del templo.


El templo de Ramdevra, entre Jodhpur y Jaisalmer.


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