Todo vale

Leo que el Parlamento de Montenegro ha alquilado a la compañía egipcio-suiza Orascom Development Holding por 49 años para proyectos turísticos la isla adriática de Lastavica, que en la Segunda Guerra Mundial había sido un campo de concentración fascista italiano. En la pequeña isla deshabitada, situada a la entrada en la bahía de Bocas de Cataro, está la fortaleza de Mamula, considerada un monumento de la cultura montenegrina.
También acabo de leer un artículo de Enric González en Papel sobre el turismo de miserias: aquellos que se alojan en el único hotel de Chernobyl y luego hacen un tour radiactivo, los que se fotografían sonrientes ante los restos de un edificio en Hiroshima o deambulaban por la plaza de Tahrir, en El Cairo, cuando los rescoldos de la primavera árabe egipcia aún no se habían apagado.
Y me pregunto: ¿todo vale? ¿Hay límites para el turismo?
Son ejemplos un tanto extremos, pero también símbolos de una tendencia. No veo mucha diferencia con las visitas guiadas al campo de concentración de Auschwitz, que tanto éxito tienen en Cracovia; el peregrinaje a la zona cero de Nueva York durante los años que duraron las obras de limpieza y reconstrucción; el angustioso paso por los túneles de Cu Chi, usados por el Vietcong durante la guerra contra los estadounidenses; o un viaje en el Yangon Circular Train, que promete mostrarnos con toda la crudeza la dura vida de los suburbios de la capital de Myanmar y está entre las cinco actividades preferidas en esa ciudad para los usuarios de Tripadvisor.
El morbo, las ganas de conocer incluso las formas de vida más pobres, los hechos más abyectos, mueven hoy al turista tanto o más que las ganas de ver playas, naturaleza, el arte o la cultura en general de una región del mundo. ¿Tú qué opinas?

Comentarios