Ir a Nepal, volver a Nepal

Hace un año comencé a contactar de manera más o menos casual con familiares de españoles a los que el terremoto de Nepal les sorprendió durante sus vacaciones en ese país. Primero fueron momentos de agobio que poco a poco se fueron resolviendo sin mayores complicaciones: una pareja de Albacete  de la que no sabían nada pero se encontraba cerca de la capital, Katmandú, sin haber sufrido apenas inconvenientes; un chico del que sólo tenían noticias de que andaba por el sudeste asiático, pero no en Nepal en ese momento, o la peripecia de César Friol, un barcelonés que trataba de acercarse al Campo Base del Everest cuando le sorprendió el terremoto, y que en apenas cuatro días se las apañó para hacer el descenso, llegar al pueblo más cercano, Namche Bazar, y de ahí a la capital. El prototipo del viajero autónomo, incluso en las circunstancias más complicadas.

Poco a poco me fui centrando en los familiares, amigos y entorno cercano a siete españoles. Todos tenían en común que el terrible temblor de tierra los encontró haciendo trekking por el valle de Langtang. Lo que entonces era un camino sencillo entre colosos de montaña hoy son laderas arrasadas por toneladas de tierra, lodo, rocas y hielo.

A través de llamadas puntuales y mensajes de Whatsapp me fueron contando la evolución de sus pesquisas, y yo las mías. Cada día que pasaba sus palabras delataban el pesimismo creciente, a las que yo no podía aportar datos que lo pudieran contrarrestar. Finalmente, se fueron sucediendo las malas noticias. En dos casos, el de una catalana llamada Roser y una cántabra, Isabel, los equipos de rescate hallaron sus cuerpos, los identificaron y procedieron a un largo proceso de repatriación. En los otros cinco casos,  al no encontrar unos restos no pudieron quitarse del todo esa maldita huella de esperanza irracional que se apodera de los humanos en las situaciones límite. Aunque las palabras de sus hijas, hermanas, hermanos, padres... decían una cosa, siempre quedaba un verbo en condicional. Hasta que incluso ese hilo se rompió.

Todos los familiares y amigos con los que hablé tuvieron en común su cariño hacia Nepal y sus gentes, hacia la tierra donde acababan de perder a sus seres queridos. Y el empeño en que cada uno, en las medida de sus posibilidades, ayudara a reconstruir la zona, a dar alimento, agua y cobijo a los miles de nepalíes que lo necesitaban. Sólo se acordaron para mal del Gobierno español por la falta de información, por conocer las noticias antes a través de embajadas extranjeras que a través de la nuestra. Jamás me hablaron de indemnizaciones, reclamaciones ni ayudas. Solamente lo insinuaban cuando se acordaban de Singe y Mahesh, los dos guías que perdieron la vida con el grupo de cuatro montañeros asturianos que descendían de las faldas del Everest.

Antes del 25 de abril de 2015 Nepal estaba ya en esa lista imaginaria que tenemos los aficionados a los viajes, al turismo, a la Naturaleza, a conocer gentes y situaciones tan diferentes a las que nos rodean a diario. Ahora, Nepal ha subido unos cuantos puestos en esa lista que todos sabemos que jamás completaré, porque no cesa de crecer con el paso del tiempo. Si algún día voy a Nepal, si algún día mi mente  viaja a esos caminos por los que ya ha transitado, sin duda pensaré en Roser, en Mixel, en Isabel, en Ángel, Sabino, Jesús, Egidio, Singe y Mahesh,  a los que nunca conocí. y también en sus familiares.

El grupo de montañeros asturianos desaparecido en Nepal, junto a su guía.

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